buen día!

amor y paz, caminante; cuántos caminos que disfrutar.
seamos piedras ligeras, pisando la mar...


martes, 13 de marzo de 2007

noche de 8 marzo

¿Qué hubiera dicho la familia Montes Molina, en pleno siglo XX, años del porfiriato y la revolución, si le anunciaran que en 100 años, el jardín trasero de su quinta sería sede, en plena lluvia, de un concierto de una de las mejores bandas de rock de todos los tiempos, cuyo vocalista falleció por una sobredosis, INXS?

Que locura, que desfachatez, que poca vergüenza…

¿Qué hubiera dicho una banda de rock australiana en pleno éxito y auge en los 80´s, acostumbrada a tocar en foros para más de 80000 personas por las ciudades más importantes del mundo, si le avisaran que en 10 años estaría tocando en el sureste yucateco, para 1000 personas en una sutil y calmada velada romántica, en una Quinta adinerada del siglo XX?

Que locura, que “cool”, irreal…


La noche del 8 de marzo, en la ciudad de Mérida este sueño surreal y bizarro tomó vida y nos dejó un recuerdo que rockeará por siempre. INXS, una banda que hace 10 años revolucionaba el sonido del rock, con su new age, ayer nos revivió un espíritu que a veces con los años encima se empolva y cuesta sobresalir: el espíritu libre, apasionado, vibrante, ese, el que sólo la música rock te puede sacar.

El reloj arrastraba su manecilla y marcaba las 9.40, el eléctrico sonido de una guitarra rompía el viento, y las luces comenzaron a iluminar una rara noche de lluvia suave y fresca. INXS estaba en Mérida, sí, como se escucha, después de tocar en los principales escenarios de todo el mundo ante millones de personas, hoy se presentaba en una íntima velaba romántica para sus fans del sur de México. Tenerlos tan cerca, tan sencillos, tan personal, era un sueño que quizás ningún fan se hubiera imaginado que fuera real.

INXS y su música revivió y prendió a un pequeño auditorio que quizás comenzaba a olvidar lo que se sentía ser joven y apasionado. INXS tocó y sorprendió con el mismo sonido que nos hizo vibrar desde hace ya casi 30 años. Parecía que el tiempo no había pasado. Ni las arrugas, ni las canas, ni los lastres físicos y emocionales de la edad, impidieron que la música nos transportara en el tiempo, para revivir, canción a canción, la frescura de aquellos años.

Fue una noche para no olvidar, la quinta Montes Molina le agradece a INXS haberla llenado de vida de nuevo. INXS agradece a Mérida, sus fans,, haberles recuperado el aliento y el recuerdo de una inolvidable época.

Alonso Monroy

historia de dos niños...

Juan tiene 14 años, es de Motul, trabaja en las calles de Mérida como bolero, y en su mirada esconde una infancia perdida. Luis es de Mayapan, todos los días viene a Mérida a vender chicharrones, si no vende más de 25 pesos, no come ese día y pasa una larga noche solitaria perdido en las sombras de la gran ciudad.

Esta es la historia de dos niños, niños que trabajan en la calle y viven de ella. Es la voz de una realidad desoladora que se pierde en nuestra indiferencia. Es un grito que se ha cansado de pedir ayuda, pedir acciones, pedir cambios, pedir una vida mejor.

Aunque muchos no lo queramos reconocer, los niños de la calle ya son una realidad en Mérida. Su día comienza muy temprano, muchos de ellos dejan sus pueblos para venir diario a esta ciudad, otros ya son víctimas y huéspedes del rezago social y económico de una sociedad en la que si no te adaptas, no eres nadie, pierdes por las injustas reglas de un juego que ha olvidado su razón de ser, vivir.

Su enemigo: nuestra indiferencia; su miedo: lo que se esconde detrás de la oscuridad de la calle; su obligación: trabajar, trabajar más de 15 horas diarias para poder comer; su esperanza: un respiro, una vida digna, una vida normal.

El acelerado crecimiento de la ciudad de Mérida también arrastra lastres que se escondían detrás de las luces de la ciudad. La pobreza, marginación y hambre que existe en el estado se asoma ante nuestros ojos y de la manera más humilde nos pide ayuda. Son niños que han dejado la escuela, sus amigos y su casa para ganarse la vida en las calles. Algunos, guardan con rencor en su mirada las duras condiciones que sufren en casa, ya que son obligados por sus padres a salir a trabajar, para luego, dedicarles las sudadas ganancias a un padre o madre que se perderá entre los vicios y venenos del hombre: el alcohol y las drogas. Parecería que no es suficiente la violencia y maltrato que tienen que vivir en las calles, ya que al llegar a casa, a veces, las condiciones son las mismas. Otros, vieron arrancados sus sueños e ilusiones y tuvieron que dejar su tierra para dedicarle su esfuerzo a las monedas de la capital.

Cuando Juan platica, su voz no alcanza a disfrazar el odio, miedo y rencor que le tiene a su vida. Cuando Luis recibe las monedas por la venta de una bolsa de chicharrón, espera juntar lo suficiente para regresar a su casa, a su pueblo, a una vida que le fue arrebatada de la manera más injusta que existe. Son niños de la calles, existen en nuestra ciudad, nuestra indiferencia y discriminación, les roba el aliento, y la vida.

Alonso Monroy

creer

Cuando derramas una lágrima, cuando ríes de felicidad, cuando te caes, cuando vuelves a levantarte, cuando él ya no está y lo extrañas hasta romperte, cuando todo está mal y es obscuro y sin sentido, en todos estos momentos está este sentimiento contigo.
Es el sentimiento de que hay algo más, algo que te salvará o que te permitirá continuar con tu felicidad; es el sentimiento de creer a ciegas lo que la vida te pone ante los ojos, y rehusarte a creer que las cosas no saldrán bien. Es la fe lo que nos mantiene en pie y luchando cual guerreros hasta el fin, contra vientos y mareas, contra tristezas y males que nos aquejan a diario. Es la fe la que todas las mañanas nos convence de que vale la pena levantarnos de la cama, darnos un baño y comenzar el día con el pie derecho, borrón y cuenta nueva, olvidando todos los tropiezos del día anterior. Nos hacemos locos ignorando lo negativo, nos decimos a nosotros mismos que nuestros sueños serán cumplidos y nuestro dolores curados, pero no nos engañamos, sólo creemos. Esto es la fe.
Los hombres siempre hemos necesitado algo en qué creer para tomar las fuerzas que necesitamos día a día para sobrevivir a esta vida llena de alegrías y sinsabores. Desde el comienzo de la historia del hombre, la humanidad ha necesitado de una fuerza externa de fuerza y energía interior que lo ayude a continuar adelante. No se trata de una debilidad humana el hecho de necesitar de algo más, algo inmaterial para poder continuar. Al contrario, es una muestra de fuerza, una demostración de humildad humana el poder reconocer los problemas que enfrentamos y las soluciones que necesitamos. Es un punto fiel, verdadero, desnudo, de congruencia entre la mente y el corazón en el que paramos un segundo a pensar en lo que sucede, en lo que queremos que suceda, y en cómo vamos a lograr llegar hasta ahí, y la única forma de hacerlo, la única manera de alcanzar esa línea amarilla día con día que nos asegura que hemos llegado a nuestra meta es creyendo. Por eso no es de extrañarnos que los hombres, desde nuestra aparición en la Tierra, hemos buscado algo aparte, algo más grande en lo cual creer, aquello que merece nuestras plegarias y nuestra idolatración.
Antes era el sol, era la luna, el agua, el viento, la tierra, el maíz, el fuego, elementos de la naturaleza que nos permiten la vida o la mejoran. Elementos sin los cuales la vida no sería la misma, si es que acaso pudiera existir vida. Los tiempos sin duda han cambiado, y las culturas contemporáneas en lugar de creer en la naturaleza como la fuente máxima de fe, se inclinan más hacia una figura enorme, todopoderosa, de paz y de justicia, de amor y consuelo. Cada quien con sus dioses, pero cada quien buscando creer en algo.
Quizá la idea de concebir a un dios omnipotente, uno solo, una sola fuerza que lo mueva todo, nazca de que los seres humanos, al desprendernos tan indiferentemente del seno de la naturaleza, y al creernos superiores a ella, no podríamos concebir a los elementos naturales como aquello que nos rige y que nos guía. Es un poco incronguente, ya que de la naturaleza es que venimos, pero así incongruentes somos los hombres, y para entender la existencia de un ser superior que todo lo puede, lo imaginamos como nosotros, con pies y manos, pelo y piel. Y al fin y al cabo, creerlo de una forma o de la otra es igual si consideramos que al final del día se busca lo mismo, creer.
Los hombres hemos creado religiones para tener parámetros claros, esquemas establecidos que nos digan en qué creer y en qué no. Esto sólo demuestra que necesitamos algún tipo de control que establezca los límites hasta donde puede llegar nuestra fé. Y son precisamente estos límites los causantes de muchos de los problemas a los que la humanidad actual se enfrenta.
Budistas, judíos, hindús, musulmanes, católicos, todos sobre el mismo planeta, y todos contra todos. Es ilógico e incocebible como todos nos encontramos tras la misma meta, todos guiamos nuestra vida espiritual de acuerdo a normas que desde sus raíces quieren lo mismo. Tantos nombres, tantas divisiones, tantos libros y divisiones no nos dejan entendernos, entre palabra y palabra pronunciada queda mucho del sentimiento suspendido en el aire. Problemas de comunicación, problemas de tolerancia, falta de entendimiento, o falta del deseo de entender quizá; todo esto intensifica el problema a diario, y nos aleja cada vez más a los unos de los otro. Es una cuestión de orgullo, cuestión de ver quién puede más, quién es el más fuerte. Pero no nos hemos detenido a pensar que eso no es lo importante, como seres espirituales lo importante es el amor, el entendimiento y la paz, todo regido por la fe. Ese es nuestro común denominador, y es lo que a nosotras nos da la fe suficiente para creer que algún buen día nos daremos cuenta de que no somos tan diferentes.
Pareciera que el problema reside entonces en la insistencia de verlo todo tan diferente cuando en realidad no lo es. El problema es etiquetarnos, ponerlos un letrero en la frente que nos clasifique como esto o como lo otro. Ahí es donde nos equivocamos. La respuesta correcta: dejar de vernos como hijos de una sola religión, y comenzar a vernos como seres espirituales. No hay necesidad alguna de dividirnos voluntariamente.Y no es que la religión y la espiritualidad estén peleadas, al contrario, la religión no existiría de no ser seres espirituales, y a su vez no seríamos seres espirituales si no tuvieramos fe.
Todos somos igual de débiles en ciertos momentos, igual de agradecidos en tiempos de éxito. Y desde nuestras bases todos creemos en algo y por eso vivimos cada día, porque creemos en nuestros padres, en lo que nos dicen y nos enseñan, creemos en lo que aprendemos en el colegio, creemos en el anuncio que está en la televisión, creemos también en nosotros mismos, y creemos en un futuro mejor. Pero este no se logra por sí solo, sino únicamente con el esfuerzo de todos, de la religión que sea, de cualquier fe que habita en su espíritu y mueve sus montañas. Somos todos parte de un mismo mundo, donde nuestra diversidad se retrata claramente en el folklor de las distintas religiones del mundo. Así con ritos diferentes, con libros sagrados en distintos idiomas, con sotanas y sin ellas, somos parte de lo mismo y estamos juntos en esto. Nos agarramos de lo mismo para seguir creyendo en mañana, todos con los ojos en el cielo con el deseo de alcanzarlo algún día.
Ya para terminar recuerdo vívidamente una frase bellísima y precisa donde se resalta que es importante entender la diferencia entre religión y fe. Porque la fe no se trata de tener las respuestas correctas. La fe es un sentimiento, la fe es un corazonada. Es la corazonada de que hay algo más grande que conecta todo, que nos conecta a todos. Y ese sentimiento, esa corazonada, es Dios. Como sea que lo entendamos.

hayette burad

manual de un necesitado

Agarra eso fuertemente, lo que ves asentado en tu cabeza. Plántalo en un vaso lleno de desgracia, y tendrás un enorme fruto. Ahora, no lo intentes romper, no lo intentes desglosar en trozos hasta tener la solución empedernida del sentido humano. Simplemente agarra ese fruto y llévalo por los caminos que te han dicho que los lleves. Aquellos anhelos que ya no sabes si son tuyos, aquellas causas por las que crees que viniste al mundo para poder encajar.
No es necesario hacer tanto alarde, no es posible de todos modos. Ya estás acá, adaptado al inevitable proceso evolutivo al que estás sometido. Ahora no sabes si son verdaderos los sueños que tuviste aquella fría noche de invierno de un joven precoz e inmaduro que simplemente deseaba marcar una diferencia. Esos sueños que tan sólo se han convertido en residuos de flujo cerebral, que salen a relucir en la oscura noche, mientras tu conciencia descansa turbia e inquieta.
Lo que deseas en el amor y en la vida, tan sólo son carreteras desviadas hacia destinos que crees que son inciertos, máquinas poseídas por la indiferencia, conferencias sobre lo predecible, vestuarios infestados, tal como los parásitos en sus hospedadores.
Sólo necesitas eso, el dolor de no llegar a ser alguien, la desesperación y la ansiedad de no complementarse, la facilidad de poder augurar, las órdenes impregnadas en toda tu piel, la mente conciente de todo movimiento a punto de emplear. Eso es todo lo que necesitas, y serás parte de nosotros, los necesitados.

Diego Barrera

lunes, 5 de marzo de 2007

Anhelos

La paz es el mayor anhelo de los seres humanos. Hacemos todo y nada al mismo tiempo para conseguirla, en cualquier magnitud.

Todos deseamos conseguir la paz con nosotros mismos, cuerpo, alma y mente en armonía. Es el principio para una vida plena, feliz, pacífica. Si nos encontramos en paz con nosotros mismos será más sencillo encontrar la paz con los demás. Cosa que no es tan simple como suena. Encontrarse en paz con los demás requiere de mucha paciencia, tolerancia, comprensión y respeto. Un pequeño desacuerdo puede llevar a un conflicto que fácilmente puede durar una vida entera. Es lo mismo que pasa con los conflictos entre países, únicamente que a mayor escala.

Durante siglos la gente ha luchado por conseguir que haya paz a nivel mundial, que los diferentes países, las distintas razas, y las variadas ideologías puedan convivir sin existir un conflicto entre ellas. Esto no ha sido posible, entre muchas cosas, debido a la enorme ambición de los gobernantes a través de la historia. Aceptar y respetar las ideas ajenas puede ser interpretado como símbolo de debilidad al no quererse imponer las ideas propias. Es por eso que nuestra historia esta teñida con sangre, es el diario de una humanidad bélica. Surgen conflictos a diario que no son solucionados tan fácilmente y que comúnmente llevan a conflictos armados como guerrillas e incluso guerras.

Con el paso de los años, el distanciamiento de la paz se ha vuelto cada vez más peligroso, pues las tácticas de guerra ya no dañan únicamente a aquellos que se encuentran peleando, sino que afectan a millones de humanos. Un claro ejemplo de esto son las armas de destrucción masiva y las armas biológicas. Hemos alcanzado un punto en el que la guerra alcanza dimensiones más graves de las que tenía años atrás. Gente inocente, como siempre ha pasado, muere año tras año defendiendo una posición, o tan sólo por vivir en cierta sociedad.

Es irónico como todos hablan, o hablamos, de la paz. De cómo queremos alcanzarla, de las cosas que haríamos si tuviéramos el poder, para terminar con las guerras y poder brindarnos una vida mejor. En donde no tengamos miedo de los conflictos que nuestro gobierno pueda ocasionar. Somos tan ambiciosos que el poder los cega, y varios miles de millones de dólares presentan más peso en la balanza que la paz del mundo. Nuestro pensamiento egoísta nos limita a lo que viviremos nosotros. El tiempo de vida promedio de una persona es de 75 años. Y si el tiempo de aquí a que el fin de nuestro años transcurran es menor de lo que calculamos que desataría una verdadera catástrofe mundial, nos vendamos los ojos, y hacemos lo que nos conviene hacer, individualmente, por el resto de nuestros días. No nos preocupamos por lo que vendrá más adelante, pues creemos que no es la problemática que nos tocará vivir.

Es tiempo que tomemos conciencia de nuestros actos. Que dejemos de hablar acerca de deseos de cambiar las cosas y cambiar al mundo si no comenzamos a cambiar nosotros mismos. Si bien no todos tenemos el acceso al poder masivo como muchas personas lo tienen, si tenemos el poder sobre nosotros mismos, y podemos hacer una diferencia en nuestras personas, nuestras familias y nuestras sociedades para aportar algo, aunque sea lo mínimo en éste intento por alcanzar la paz, el mayor anhelo.

Hayette Burad

Indiferencia

Con todo lo que pasa y hacemos en el mundo, nos estamos volviendo inmunes al dolor ajeno. Podríamos compadecernos por el sufrimiento de alguien cercano, pero las noticias ya no tienen efecto alguno sobre nosotros. Talvez sea porque estamos ya acostumbrados al amarillismo, a las guerras, a la corrupción, los desastres, las violaciones, el hambre y las desapariciones. Quizás sea eso lo que hace que cuando escuchamos las noticias o nos enteramos de alguna tragedia, nuestra reacción se inclina por un ‘más de lo mismo’. O talvez es porque preferimos volvernos fríos ante éstas situaciones porque nos damos cuenta de lo insignificantes e impotentes que somos al ser uno más entre millones que un día soñaron como nosotros, en cambiar el mundo. Cuando nos percatamos de que lo que hagamos con el afán de cambiar todo, lo más seguro es que no tenga efecto alguno, optamos por respirar profundo y voltear la cara para no ver la agonía de los demás. Porque tristemente, hemos demostrado que es mejor que sufran los demás mientras uno se encuentre en pie. Es por eso que nos damos la vuelta ante el sufrimiento ajeno, demostramos de la manera más cruel nuestra indiferencia, y así, se nos va poniendo como piedra el corazón.


Hayette Burad

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