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miércoles, 27 de octubre de 2010

La noche de Bolt en Berlín

Lucía nervioso, sin una mirada fija, palpitante; el temblor antes de la batalla. Lucía como quien sabe que está a unos instantes de la cita que el destino ya había pactado, la inevitable. La noche tenía preparada un nuevo capítulo de la historia de la humanidad. La cita: el majestuoso Olímpico de Berlín. El desafío: ser el hombre más rápido en la tierra. Y ahí, nosotros como testigos e invitados de honor.

Se escuchó el disparo y los siguientes nueve segundos con cincuenta y ocho centésimas paralizaron al mundo entero. El tiempo parecía detenerse, escurrirse mientras que alguien nos demostraba la superación de nuestra propia raza. Cuando se detuvo el cronómetro, Usain Bolt ya era el Campeón del Mundo, el dueño del Oro, el poseedor del récord mundial y la hazaña del momento. Ya podía volver a respirar, la gloria descansaba en ese fantástico 9:58 que mostraba el reloj del tartán alemán.

Lo logrado por el jamaiquino Usain Bolt no es un mero hecho de la casualidad, la improvisación ni el azar. Lo hecho por este atleta que está por cumplir apenas los 23 años de edad, deja en claro muchas cosas y rompe cualquier barrera y esquema que al humano pueda atar.

Bolt demostró que la velocidad nunca detendrá al hombre. En promedio, el Campeón Olímpico corrió más de diez metros por segundo, si eso es correr. Vino de atrás con un flojo arranque que parecería que depilaría cualquier ilusión de récord, pero en su cierre, la potencia y rapidez de su zancada lo vieron volar en una noche épica en Berlín. Ni Tyson Gay, con un excelente tiempo de 9.71, se acercó al gigante.

Bolt demostró que el talento y capacidad existe en todas las latitudes y nunca discriminará condición social ni estatus económico. El 'Relámpago' caribeño despuntó en Beijing cuando su nombre poco sonaba en la escena mundial, procedente de un país aún más pobre que el nuestro, donde la infraestructura deportiva es casi nula e inexistente. Hoy, es la sensación mundial y goza irreverente y descarado ante su logro. Pero seguro recuerda aquellos años en su natal Trelanwny, Jamaica, cuando la situación distaba tanto de su presente.

También Bolt rompió todos los paradigmas y estereotipos de un Campeón del atletismo mundial. Sustituyó los fornidos músculos y la soberbia de un Goliat, por la velocidad en las piernas. Dejó atrás aquella imagen de Michael Johnson imponente y serio, por la de un delgado y descarado joven del caribe. Demostró que al final, en el deporte la fuerza nunca será todo, la inteligencia y la pasión mandan en estas citas del destino.

De igual forma, Bolt demostró que la adversidad no es una salida, sino el camino al éxito. Luego de un flamante 2008 cuando el jamaiquino conquistó todo en los Olímpicos, parecía que las nubes de la fama distraían la mente de este joven atleta. Las marcas no llegaban, ni se acercaban a lo que sus predicciones siempre aseguraban. Parecía otro caso de un atleta estancado en el bache que la fama suele dejar a muchos deportistas. Su mejor marca del año era un 9:70, misma que no pudo batir en tres ocasiones más. Apenas semanas atrás, la prensa lo ecajaba de insolente y falto de poder y gas. El sabor de la descepción aún merodeaba en Usain.

Pero Bolt no fallaría esta vez. Esta vez el cierre no sería flojo, esta vez, los límites y el fracaso no estaban permitidos. Bajó casi 20 centésimas aquél tiempo del semestre pasado e incluso destrozó por once centésimas su propio récord mundial, el mismo que impuso justo un año atrás en Beijing: 9:69. Algo simplemente, fascinante.

Por último, Bolt demostró la condición de la raza humana; inevitable contagio de adrenalina que nos reta a superar nuestras propias barreras. Quien cree que el imposible existe, hoy guarda silencio, luce incrédulo. Usain demostró que la historia nos tiene preparados muchos récords y marcas más. Más hazañas y glorias mundiales.

La noche en Berlín perteneció solamente a Usain Bolt. Ni la amenazante velocidad de una centésima dobló al atleta. No cabe duda que seremos testigos de más imposibles rotos, quebrantados por el eterno devenir de los valientes que se atreven a destrozar cada muro que se presenta. El desafío aquí no acaba, apenas comienza.

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