buen día!

amor y paz, caminante; cuántos caminos que disfrutar.
seamos piedras ligeras, pisando la mar...


martes, 13 de marzo de 2007

creer

Cuando derramas una lágrima, cuando ríes de felicidad, cuando te caes, cuando vuelves a levantarte, cuando él ya no está y lo extrañas hasta romperte, cuando todo está mal y es obscuro y sin sentido, en todos estos momentos está este sentimiento contigo.
Es el sentimiento de que hay algo más, algo que te salvará o que te permitirá continuar con tu felicidad; es el sentimiento de creer a ciegas lo que la vida te pone ante los ojos, y rehusarte a creer que las cosas no saldrán bien. Es la fe lo que nos mantiene en pie y luchando cual guerreros hasta el fin, contra vientos y mareas, contra tristezas y males que nos aquejan a diario. Es la fe la que todas las mañanas nos convence de que vale la pena levantarnos de la cama, darnos un baño y comenzar el día con el pie derecho, borrón y cuenta nueva, olvidando todos los tropiezos del día anterior. Nos hacemos locos ignorando lo negativo, nos decimos a nosotros mismos que nuestros sueños serán cumplidos y nuestro dolores curados, pero no nos engañamos, sólo creemos. Esto es la fe.
Los hombres siempre hemos necesitado algo en qué creer para tomar las fuerzas que necesitamos día a día para sobrevivir a esta vida llena de alegrías y sinsabores. Desde el comienzo de la historia del hombre, la humanidad ha necesitado de una fuerza externa de fuerza y energía interior que lo ayude a continuar adelante. No se trata de una debilidad humana el hecho de necesitar de algo más, algo inmaterial para poder continuar. Al contrario, es una muestra de fuerza, una demostración de humildad humana el poder reconocer los problemas que enfrentamos y las soluciones que necesitamos. Es un punto fiel, verdadero, desnudo, de congruencia entre la mente y el corazón en el que paramos un segundo a pensar en lo que sucede, en lo que queremos que suceda, y en cómo vamos a lograr llegar hasta ahí, y la única forma de hacerlo, la única manera de alcanzar esa línea amarilla día con día que nos asegura que hemos llegado a nuestra meta es creyendo. Por eso no es de extrañarnos que los hombres, desde nuestra aparición en la Tierra, hemos buscado algo aparte, algo más grande en lo cual creer, aquello que merece nuestras plegarias y nuestra idolatración.
Antes era el sol, era la luna, el agua, el viento, la tierra, el maíz, el fuego, elementos de la naturaleza que nos permiten la vida o la mejoran. Elementos sin los cuales la vida no sería la misma, si es que acaso pudiera existir vida. Los tiempos sin duda han cambiado, y las culturas contemporáneas en lugar de creer en la naturaleza como la fuente máxima de fe, se inclinan más hacia una figura enorme, todopoderosa, de paz y de justicia, de amor y consuelo. Cada quien con sus dioses, pero cada quien buscando creer en algo.
Quizá la idea de concebir a un dios omnipotente, uno solo, una sola fuerza que lo mueva todo, nazca de que los seres humanos, al desprendernos tan indiferentemente del seno de la naturaleza, y al creernos superiores a ella, no podríamos concebir a los elementos naturales como aquello que nos rige y que nos guía. Es un poco incronguente, ya que de la naturaleza es que venimos, pero así incongruentes somos los hombres, y para entender la existencia de un ser superior que todo lo puede, lo imaginamos como nosotros, con pies y manos, pelo y piel. Y al fin y al cabo, creerlo de una forma o de la otra es igual si consideramos que al final del día se busca lo mismo, creer.
Los hombres hemos creado religiones para tener parámetros claros, esquemas establecidos que nos digan en qué creer y en qué no. Esto sólo demuestra que necesitamos algún tipo de control que establezca los límites hasta donde puede llegar nuestra fé. Y son precisamente estos límites los causantes de muchos de los problemas a los que la humanidad actual se enfrenta.
Budistas, judíos, hindús, musulmanes, católicos, todos sobre el mismo planeta, y todos contra todos. Es ilógico e incocebible como todos nos encontramos tras la misma meta, todos guiamos nuestra vida espiritual de acuerdo a normas que desde sus raíces quieren lo mismo. Tantos nombres, tantas divisiones, tantos libros y divisiones no nos dejan entendernos, entre palabra y palabra pronunciada queda mucho del sentimiento suspendido en el aire. Problemas de comunicación, problemas de tolerancia, falta de entendimiento, o falta del deseo de entender quizá; todo esto intensifica el problema a diario, y nos aleja cada vez más a los unos de los otro. Es una cuestión de orgullo, cuestión de ver quién puede más, quién es el más fuerte. Pero no nos hemos detenido a pensar que eso no es lo importante, como seres espirituales lo importante es el amor, el entendimiento y la paz, todo regido por la fe. Ese es nuestro común denominador, y es lo que a nosotras nos da la fe suficiente para creer que algún buen día nos daremos cuenta de que no somos tan diferentes.
Pareciera que el problema reside entonces en la insistencia de verlo todo tan diferente cuando en realidad no lo es. El problema es etiquetarnos, ponerlos un letrero en la frente que nos clasifique como esto o como lo otro. Ahí es donde nos equivocamos. La respuesta correcta: dejar de vernos como hijos de una sola religión, y comenzar a vernos como seres espirituales. No hay necesidad alguna de dividirnos voluntariamente.Y no es que la religión y la espiritualidad estén peleadas, al contrario, la religión no existiría de no ser seres espirituales, y a su vez no seríamos seres espirituales si no tuvieramos fe.
Todos somos igual de débiles en ciertos momentos, igual de agradecidos en tiempos de éxito. Y desde nuestras bases todos creemos en algo y por eso vivimos cada día, porque creemos en nuestros padres, en lo que nos dicen y nos enseñan, creemos en lo que aprendemos en el colegio, creemos en el anuncio que está en la televisión, creemos también en nosotros mismos, y creemos en un futuro mejor. Pero este no se logra por sí solo, sino únicamente con el esfuerzo de todos, de la religión que sea, de cualquier fe que habita en su espíritu y mueve sus montañas. Somos todos parte de un mismo mundo, donde nuestra diversidad se retrata claramente en el folklor de las distintas religiones del mundo. Así con ritos diferentes, con libros sagrados en distintos idiomas, con sotanas y sin ellas, somos parte de lo mismo y estamos juntos en esto. Nos agarramos de lo mismo para seguir creyendo en mañana, todos con los ojos en el cielo con el deseo de alcanzarlo algún día.
Ya para terminar recuerdo vívidamente una frase bellísima y precisa donde se resalta que es importante entender la diferencia entre religión y fe. Porque la fe no se trata de tener las respuestas correctas. La fe es un sentimiento, la fe es un corazonada. Es la corazonada de que hay algo más grande que conecta todo, que nos conecta a todos. Y ese sentimiento, esa corazonada, es Dios. Como sea que lo entendamos.

hayette burad

3 comentarios:

metáfora dijo...

dubbito ergo cogito, cogito ergo sum...pienso, existo...

la vdd nos hace libres, Sócrates y muchas monjas libres...

Sólo sé que no sé nada, Sócratez, que sé yo....

metáfora dijo...

dcagtt...

metáfora dijo...

que bueno esta tu ensayo Hay! cuidate por Paris y sus gatos pardos!:)*

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pues esta web es de piratas timidos, o de todos. Escribir, escribir es la pasión, transmitir, comunicar, sentir. write...indiana jones? sor juanas? shakespeare? fridas? lennon y sus submarinos amarillos? paul? de wonder years? pennylane? En fin, deja una nota, de cualquier tipo, formemos una metáfora viva.

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