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martes, 13 de marzo de 2007

historia de dos niños...

Juan tiene 14 años, es de Motul, trabaja en las calles de Mérida como bolero, y en su mirada esconde una infancia perdida. Luis es de Mayapan, todos los días viene a Mérida a vender chicharrones, si no vende más de 25 pesos, no come ese día y pasa una larga noche solitaria perdido en las sombras de la gran ciudad.

Esta es la historia de dos niños, niños que trabajan en la calle y viven de ella. Es la voz de una realidad desoladora que se pierde en nuestra indiferencia. Es un grito que se ha cansado de pedir ayuda, pedir acciones, pedir cambios, pedir una vida mejor.

Aunque muchos no lo queramos reconocer, los niños de la calle ya son una realidad en Mérida. Su día comienza muy temprano, muchos de ellos dejan sus pueblos para venir diario a esta ciudad, otros ya son víctimas y huéspedes del rezago social y económico de una sociedad en la que si no te adaptas, no eres nadie, pierdes por las injustas reglas de un juego que ha olvidado su razón de ser, vivir.

Su enemigo: nuestra indiferencia; su miedo: lo que se esconde detrás de la oscuridad de la calle; su obligación: trabajar, trabajar más de 15 horas diarias para poder comer; su esperanza: un respiro, una vida digna, una vida normal.

El acelerado crecimiento de la ciudad de Mérida también arrastra lastres que se escondían detrás de las luces de la ciudad. La pobreza, marginación y hambre que existe en el estado se asoma ante nuestros ojos y de la manera más humilde nos pide ayuda. Son niños que han dejado la escuela, sus amigos y su casa para ganarse la vida en las calles. Algunos, guardan con rencor en su mirada las duras condiciones que sufren en casa, ya que son obligados por sus padres a salir a trabajar, para luego, dedicarles las sudadas ganancias a un padre o madre que se perderá entre los vicios y venenos del hombre: el alcohol y las drogas. Parecería que no es suficiente la violencia y maltrato que tienen que vivir en las calles, ya que al llegar a casa, a veces, las condiciones son las mismas. Otros, vieron arrancados sus sueños e ilusiones y tuvieron que dejar su tierra para dedicarle su esfuerzo a las monedas de la capital.

Cuando Juan platica, su voz no alcanza a disfrazar el odio, miedo y rencor que le tiene a su vida. Cuando Luis recibe las monedas por la venta de una bolsa de chicharrón, espera juntar lo suficiente para regresar a su casa, a su pueblo, a una vida que le fue arrebatada de la manera más injusta que existe. Son niños de la calles, existen en nuestra ciudad, nuestra indiferencia y discriminación, les roba el aliento, y la vida.

Alonso Monroy

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